Poesía de MANUEL JOSÉ DE LABARDÉN "Oda al Paraná" / Leyenda "PANRARÁN  YACU"

"Para que nuestros ríos lleguen sanos al mar"

Poesía, Ríos y Leyenda

Manuel José de Labardén

Manuel José de Labardén

Dr. D. MANUEL JOSÉ DE LABARDÉN

1754-1809

El nombre del Dr. D. MANUEL JOSÉ DE LABARDÉN, estaría hoy envuelto en el olvido más profundo, si el primer periódico que se publicó en Buenos Aires al comenzar el siglo presente, el Telégrafo Mercantil, no hubiese dado a luz la oda reimpresa en la página 370 de la Lira Argentina. Aquella oda tiene por asunto el majestuoso río Paraná, y parece escrita en el año de 1801.

Sin embargo la fama literaria del Sr. Labardén debía ser grande en los años inmediatamente anteriores a la revolución. El Dr. D. Vicente López al comenzar su canto El Triunfo Argentino (Noviembre de 1807) pide silencio "al sublime acento de aquel hijo de Apolo" para dar salida al entusiasmo de su pecho.

El Sr. Labardén nació en Buenos Aires, siguió la carrera del foro, y desempeñó el cargo de Auditor de guerra del ejército reconquistador en 1807. Su muerte ha debido tener lugar por los años 1812 ó 13. Refiere la tradición que él fue el promotor de la primera casa de comedias que se edificó en Buenos Aires, la cual estuvo situada en el parage que hoy ocupa el mercado público. Aquel edificio, que no debía ser muy sólido ni muy suntuoso, pereció por las llamas el año 1793. De esta afición al arte dramático que se atribuye al Dr. Labardén, da testimonio afirmativo una tragedia que de su pluma se conserva con el título de Siripo, personaje muy conocido en los fastos de la historia novelesca y primitiva del Río de la Plata. Esta tragedia se representaba frecuentemente en Buenos Aires en los aniversarios de sucesos prósperos de la revolución, despertando mucho entusiasmo en los espectadores. No la conocemos, pero sabemos que existen copias de ella en Buenos Aires. Sería una buena acción el rescatarla de una pérdida segura, conservándola en los archivos de algunos de los cuerpos literarios que acaban de fundarse en Buenos Aires.

El Dr. Labardén fue de carácter amable, caballeroso, culto de maneras, dado al trato social, y al mismo tiempo enemigo del bullicio y de la multitud, tanto como su maestro Horacio:

Odi profanum vulgus, et arces.

Amó la vida retirada y las tranquilas tareas del campo, en las cuales procedió con el acierto de un hombre ilustrado. Por una casualidad rara podemos asegurar que él antes que nadie tuvo la idea de mejorar con la cruza de razas mas perfectas, la calidad de las ovejas del Río de la Plata. En un libro de cuentas de la casa de comercio de D. Tomas Antonio Romero, aquel "genio vasto y emprendedor", como le llama el Sr. Funes, hemos hallado con fecha 10 de Diciembre de 1794, la partida siguiente: "Por 187 ps. 1/2 rs corrientes que han tenido de costo y gastos diez carneros y veinte ovejas que de su cuenta y riesgo se embarcaron en Cádiz abordo de la fragata Santa-Ana, como consta por menor de su respectiva cuenta .... etc."

Este ganado lanar no podía ser sino merino, pues bien notorio es que la España posee esa especie; que en aquel suelo es en donde adquirió, siglos hace, la perfección que la distingue, y que de allí se estendió á Alemania primero, y después á Francia bajo el reinado de Luis XVI.

En aquella época residió el Dr. Labardén en lo que es hoy Estado Oriental y entonces se decía, la otra banda, en una estancia llamada del Sauce en las cercanías del pueblo

del Colla. Sospechamos que desempeñaba el cargo de administrador de las propiedades rurales de la Corona conocidas con el nombre de Estancias del rey. En el mismo libro de la casa de Romero, aparece comprada en 1793, para el mismo Sr. Labardén, y por el precio de 10 ps. 2 1/2 rs. la obra de Barcarcel sobre Agricultura. En aquel año tenía esposa y madre vivas.

biblioteca

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Poesía

Oda al Paraná

  Augusto Paraná, sagrado río

primogénito ilustre del océano,

que en el carro de nácar refulgente,

tirado de caimanes, recamados

de verde y  oro, vas de clima en clima,

de región en región, vertiendo franco,

suave verdor y pródiga abundancia,

tan grato al portugués como al hispano;

si el aspecto sañudo de Mavorte,

si de Albión los insultos temerarios

asombrando tu cándido carácter,

retroceder te hicieron, asustado, 

a la gruta distante, que decoran

perlas nevadas, ígneos topacios,

y en que tienes volcada la urna de oro,

De ondas de plata siempre rebosando;

Si las sencillas ninfas argentinas

Contigo temerosas profugaron

Y el peine de carey allí escondieron

Con que pulsan y sacan sones blandos

En liras de cristal, de cuerdas de oro,

Que os envidian las Deas del Parnaso;

Desciende ya dejando la corona

De juncos retorcidos, y dejando

La banda de silvestre camalote,

Pues que ya el ardimento provocado

Del heroico español, cambiando el oro

Por el bronce marcial, te allana el paso,

Y para el arduo, intrépido combate,

Carlos presta el valor, Jove los rayos.

 Cerquen tu augusta frente alegres lirios

Y coronen la popa de tu carro,

Las ninfas te acompañen adornadas

De guirnaldas, de aroma y amaranto,

Y altos himnos entonen, con que avisen

Tu tránsito  los Dioses tributarios.

El Paraguay, el Uruguay lo sepan, 

Y se apresuren próvidos y urbanos

A salirte al camino, y a porfía,

Te paren en distancia los caballos

Que del mar Patagónico trajeron;

Los que ya zambullendo, ya nadando,

Ostentan su vigor, que mientras llegan

Lindos Zéfiros tengan enfrenados.

 Baja con majestad, reconociendo

De tus playas los bosques y los antros.

Extiéndete anchuroso, y tus vertientes,

Dando socorro a sedientos campos

den idea cabal de tu grandeza.

No quede seno que a tu excelsa mano

Deudor no se confiese. Tú las sales

Derrites y tú eleva los extractos

De fecundos aceites; tú introduces

El humor nutritivo, y suavizando

El árido terrón, haces que admita

De calor y humedad fermentos caros.

Ceres de confesar no se desdeña

Que a tu grandeza debe sus ornatos.

No el ronco caracol, la cornucopia,

Sirviendo de clarín, venga anunciando

Tu llegada feliz. Acá tu hijos,

Hijos en que te gozas, y que a cargo

Pusiste de unos hijos tutelares

Que por divisa la bondad tomaron, 

Zéfiros halagüeños por honrarte,

Bullen y te preparan sin descanso

Perfumados altares, en que brilla

La industria popular, triunfales arcos

En que las artes liberales lucen,

Y enjambre vistosísimo de naos,

De incorruptible leño, que es don tuyo,

Con banderolas de colores varios

Aguardándote  está. Tú con pala

De plata, las arenas dispersando

Su curso facilita. La gran corte

En grande gala espera. <ya lo sabios, 

De tu dichoso arribo se prometen

Muchos conocimientos más exactos

De la admirable historia de tus reinos,

Y los laureados jóvenes, con cantos

Dulcísimos de pura poesía

Que tus melífluas ninfas enseñaron

Aspiran a grabar tu excelso nombre,

Para siempre, del Pindo en los peñascos,

Donde hoy más se cantan tus virtudes

Y no las iras del furioso Janto.

 Ven sacro río, para dar impulso

Al inspirador ardor; bajo tu amparo

Corran como tus aguas nuestros versos,

Llevarás guarnecidos de diamantes.

No quedarás sin premio  (premio santo!);

Y de rojos rubíes, dos retratos,

Dos rostros divinales, que conmueven;

Uno de Luisa es, otro de Carlos.

Ves ahí, que tan magnífico ornamento

Transformará en un templo tu palacio;

Ves ahí para las ninfas argentinas,

 Y su dulce cantar, asuntos gratos.

La Leyenda

PANRARÁN YACU

yacu

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Muchos años atrás en la Comunidad andina de Tapuk, todo era prosperidad, tenían siembras, animales y las tierras producían en abundancia. Es que existía una gran cantidad de puquiales que abastecían de agua, para que pudieran regar sus campos y criar sus animales.

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Dicen; que a un lugar donde Tayta Wamany producía agua, nadie podía acercarse por ser un lugar sagrado y aquel que intentaba aproximarse era encantado. Por eso, nadie se acercaba a Jatun Puquio (el gran puquial), que brindaba sus aguas cristalinas a todos los demás puquiales y desde allí alimentaba a Tapuk.

Una tarde don Faustino retornaba de un viaje a la ciudad, ese viaje lo había convertido en una persona prepotente y egoísta, que desconocía y se burlaba de la fe del pueblo; desde entonces decía que en la ciudad nadie creía en tonterías y vivían de lo mejor, que se alimentaban de cosas ricas, se vestían de lindos trajes y no utilizaban velas sino hermosas luminarias de electricidad e incluso decía, el agua salía dentro de las casas. Gritaba a los cuatro vientos que si sembraban e ingresaban a esos lugares sagrados no pasaba nada y que todas las riquezas siempre han existido y existirán.

“El problema – decía – es que somos unos ociosos y no queremos explotar la naturaleza. Por eso, les digo que comencemos a cultivar todas las tierras y verán que no pasa nada”.

Efectivamente, sembraron cuanto pudieron y cosecharon como nunca. Luego, aumentaron sus siembras, cosechando en grandes cantidades.

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Pero, luego de cinco años de explotar, a pesar de las siembras y el trabajo, la tierra ya no producía como antes, los puquiales se habían secado. Todos se lamentaban de haberle obedecido a don Faustino quien se había suicidado sintiéndose culpable de la desgracia.

Tapuk, se convirtió en un pueblo abandonado, las personas se iban a diferentes lugares en busca de mejores condiciones de vida y los que se quedaban, tenían que trasladarse a lugares muy distantes para conseguir agua. Es que ya no había agua. A primeras horas del día, salían con dirección al único puquio distante a más de dos horas de camino. Cargando sus porongos de barro se trasladaban en búsqueda de agua. Los hombres realizaban todo un viaje, sólo para abastecer de agua en casa, mientras que las mujeres cocinaban y hacían la limpieza. Los animales se morían de sed y de hambre si no eran llevados de manera especial al puquio para que tomen agua.

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En Tapuk, ya sólo dependían de las lluvias para sus siembras. Uno de los ancianos de la Comunidad, pidió una reunión para solucionar el problema causado. Efectivamente se reunieron en la plaza principal para escuchar al anciano. Fue cuando dijo:

“Hermanos comuneros, durante mucho tiempo observé de cómo maltratamos a la madre naturaleza y nadie nos atrevimos a reparar esos daños, en estos cinco últimos días, sueño que Tayta Wamany, las plantas, los animales y el agua me hablan con mucho dolor y lágrimas sobre el maltrato que hemos causado y piden el arrepentimiento de todos para que ellos vivan y también nos den vida. Es muy urgente, llevar la ofrenda al cerro sagrado para poder recuperar la riqueza”.

- Ja, ja, ja – Eustaquio, uno de los comuneros rompió en carcajadas, – O sea, nosotros vamos hacer lo que un anciano soñó. No se pasen, si para eso nos reunimos es una pérdida de tiempo.

- ¡Un momento! – Respondió el anciano – acaso, no somos concientes del daño causado a la naturaleza, así como nosotros tenemos vida, también ella tiene vida, por lo que pido, por favor, formemos un grupo de personas con fe sincera, para dirigirnos al lugar sagrado y hacer los pagos o nos arrepentiremos.

anciano

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En silencio, se agruparon diez personas, curiosamente eran los mayores y en ese instante partieron al lugar sagrado llevando frutas, coca quinto, dulces, vino, cigarro y un conjunto de yerbas aromáticas. A la medianoche llegaron al lugar indicado, rezaron con devoción, al tiempo que realizaron las ofrendas respectivas.

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Ya al amanecer retornaban al pueblo, cuando un sonido tenebroso se escuchó en las montañas ¡Panrarán! ¡panrarán!. Los pobladores salieron de sus casas despavoridos, gritando a grandes voces ¡Panrarán yacu tujyaramun! ¡Panrarán yacu tujyaramun!, buscando refugio.

¡Panrarán yacu tujyaramun!¡Panrarán yacu tujyaramun! ¡Panrarán yacu tujyaramun!

Momento en el que llegó el anciano pidiéndoles calma, que eso era normal, porque Tayta Wamany había aceptado la ofrenda y ese sonido significaba que el agua había reventado en todos los puquiales y el agua del río nuevamente bajaba cristalino y abundante. La riqueza y la felicidad habían retornado a Tapuk. A partir de ese momento, rinden culto y respeto a la naturaleza, porque si no, no volverán a escuchar un ¡Panraran!

Fuente:

Antony Lizardo Romero Chávez,

Estudiante

Premio Nacional

Mitos y Leyendas del agua en el Perú

2006-2007

Poesía, Ríos y LeyendasComentario